domingo, 30 de octubre de 2011

Bien hecho siempre es mejor que bien dicho...

Hablar, hablar y hablar y a la vez prometer y prometer, pero todo ello sin la suficiente firmeza, ganas o disposición para cumplir fielmente con lo dicho.
Entendamos que nuestra reputación y competencia es lo que hacemos, no lo que decimos y que sin hechos que avalen nuestras palabras todo es humo precipitadamente disipado.
Es curioso constatar como algunos 'profesionales de las promesas', se van abriendo camino en la vida aún cuando sus hechos jamás se concretan, pero que al ser capaces de adornar de buenas manera sus ideas, siempre encuentran ingenuos a los que engañar y que jamás se detienen a reflexionar que aquello que les cuentan, no se acaba de ver nunca por parte alguna. “Un hecho vale más que todo un mundo de promesas”.
Siempre tendemos a desconfiar del que promete demasiado, porque las promesas excesivas dañan en la mente curtida que sabe que hasta lo más pequeño implica esfuerzo. Por ello, con el tiempo, y sobre todo si alguna vez fuimos puestos en burla, solemos dar el crédito sólo al que hemos visto cumplir.
Hacer, y cuando hagamos, seguir haciendo, y así una vez tras otra y siempre acabando con nuestro empeño. Y dejar las palabras como adorno para los que no tienen la capacidad de llevar adelante sus propósitos, sólo hablar de ellos. Y también dejar a los que quieran prestarles oídos y con ello confundirse, que lo hagan, porque en ese pecado ya llevarán la penitencia de haberse dejado estafar por quien les prometió alcanzar la luna, disponiendo apenas de una escalera.
Las promesas, ya sabemos, son baratas, lo que verdaderamente cuesta es: concretarlas, construirlas, modelarlas, afinarlas, y entregarlas finalmente envueltas en papel de regalo y como prueba incuestionable de nuestra aptitud. El resto es sólo decir por decir y hablar por hablar. Nubes de palabras que jamás descargan lluvia....

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